Porque la verdad, este viaje de estudios tiene poco; y es más psicotrópico que otra cosa. Dicho esto, huelga decir que nuestro viaje por las tierras de Flandes no fue ninguna excepción...
Amsterdam; alcohol, sexo... y escobillas de baño.
Antes de nada, quiero recordar que en aquellos entonces yo era abstenio en cuanto a tabaco y hachís se refiere. Por tanto, acusar a los efectos secundarios de cualquiera de los hechos relatados sería injusto. Dicho esto, puedo empezar con mi relato.
Esta estadía por la tierra del libertinaje y las tres prohibiciones (alcohol, mujeres y droga) , era parte como ya he dicho del viaje de fin de curso. Coincidió pues que compartí la habitación del albergue donde nos hospedamos con varios amigos y compañeros del colegio. Entre dichos compañeros, estaba aquel que llamaremos sr. M (ya sabéis, anonimato y esas cosas) que habrá de protagonizar gran parte del relato.
Y es que después de un duro día de paseos en bici por los canales, visitas a los "cofee shops" y demás compras varias; la noche se presentó como una prometedora juerga. Tras el pertinente botellón improvisado (notese que por allí no hay eroskis), aquellos con cuerpo dispuesto se lanzaron de lleno a los brazos de las discotecas de la noche de Amsterdam.
Servido como iba pues, nuestro amigo sr. M, de etilico; el tener que pagar el servicio de aseo se le antojo harto engorroso e injusto. Si bien esto no eran más que 20 céntimos, nuestro buen amigo decidió cobrarse la venganza en especias. Y es que terminadas sus necesidades, salio del baño con un pequeño souvenir: la escobilla del baño.
Como se las ingenio para evitar a la señora que vigilaba en la puerta del servicio, y aún más para robar un par de vasos es un misterio que los testigos visuales de la hazaña no han sido capaces de resolver.
Pero todas las versiones coinciden en lo mismo: el sr. M salió de la discoteca con su preciado botín. Y al rato, volvió sin el para terminar la juerga. Debido a la neblinosa memoria enturbiada por el bebercio, al día siguiente de la noche de autos el sr. M era incapaz de recordar que había hecho con lo robado. En un vago intento de excusarse, afirmó que habría salido de la discoteca y lo habría tirado todo por ahí antes de entrar de nuevo.
Pero algo en mi detectivesco instinto Holmico me decía que había gato encerrado. El enfado que había causado aquel disparatado robo se debía haber multiplicado por causa del alcohol, aumentando la determinación y cabezoneria de mi amigo... entonces ¿porque soltar el botín? Eso dejaría su venganza inconclusa... ¿Donde estaban pues la escobilla y los vasos? ¿Que había sido de ellos en el lapso de tiempo que duro la ausencia del sr. M en la fiesta?
Firme, decidido; deduje la respuesta.
Sin dudarlo abrí la maleta a medio cerrar del sr. M.
Y bingo.
Una escobilla de baño y varios vasos de cristal milagrosamente intactos reposaban sobre su ropa. El descojono general que eso provoco en la habitación fue brutal. En su furia etílica, mi ebrio compañero no solo había robado lo enseres de la discoteca, si no que había recorrido varias manzanas de Amsterdam para llegar al albergue y había escondido su alijo con total y firme intención de llevárselo hasta su casa. Y si tal hazaña no es digna de elogio, el borrachín aun tuvo el aplomo para desandar lo andado y volver a la discoteca hasta altas horas de la madrugada.
Para que luego digan que es fácil quitarle una idea de la cabeza a un borracho.
Que conste, que estando sobrio se retractó de su hazaña y dejó sus preciados tesoros como prenda en el albergue. Aunque cuando no miraba volví a esconderle la escobilla entre sus cosas... a ver si colaba...